Toro de lidia: ¿nacido para morir?

12.05.2014 12:15

Los aberrantes argumentos taurinos

 

"Todas las cosas en cuanto son, se esfuerzan en persistir en su ser", Spinoza

"Todas las criaturas vivas tienen muchas cosas comunes en su composición quí­mica, su estructura celular, sus leyes de crecimiento y su sujeción a influencias dañosas.", Charles Darwin

"La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte en el animal como en el hombre.", Pí­o Baroja

"Concuerdo con el supuesto de muchos biólogos y filósofos, de que es una cualidad inherente a toda materia viva el vivir, el conservar la existencia.", Erich Fromm


El tí­tulo de este escrito podrá generar algún comentario irónico. A final de cuentas, todos nacemos para morir algún dí­a. Efectivamente. Pero una cosa es morir por un evento natural (enfermedad, vejez) o fortuito (accidente), y otra muy distinta el que un ser vivo por su propia voluntad, adopte conductas que lo lleven indefectiblemente a su propia destrucción. Eso no tiene lógica.

Los partidarios de la llamada “tauromaquia” arguyen que los toros de lidia son animales de combate que nacen para “pelear hasta morir”, que “es un mandato que llevan en la sangre”, que “está en su naturaleza”, que “ellos mismos se matan en estado salvaje”, y en concordancia con todas estas 'premisas', no ven nada de malo en 'encauzar' este instinto y llevarlos a una plaza para que se inmolen siguiendo los “dictados de su propio ser”. Incluso, hay quienes dicen que la muerte del toro en el ruedo es una “muerte natural”, “acorde con su naturaleza de morir peleando”… De ahí­ emerge diáfano el tan cacareado argumento taurino: “Los toros de lidia nacen y se crí­an para morir en una plaza”, enarbolado como dogma irrebatible, o como designio divino que predetermina de antemano la suerte de un ser vivo.

Por supuesto que hay quienes se creen por completo esta insidiosa argucia, bien sea por ignorancia, o bien por una ceguera voluntaria. Lo malo es que este sofisma no tiene soporte cientí­fico, ni filosófico, ni biológico, ni de ninguna clase.


1. DEL SUPUESTO INSTINTO DE PELEAR HASTA MORIR

Cualquiera que tenga una poca de instrucción o de intuición, sabe que el propósito natural de la vida es vivir, permanecer en la existencia tanto como sea posible; y no sólo eso, sino buscar la manera más satisfactoria de mantener ese existir. Es un impulso tan primordial que lo vemos hasta en el más diminuto insecto, o en las plantas que se esfuerzan en crecer aún en terrenos agrestes, buscando con sus hojas la luz vital del sol.

No existe en la naturaleza (por lo menos entre los organismos claramente desarrollados) ninguna especie que tienda a la autodestrucción. Y si la hubo en algún momento de la historia evolutiva, ha desaparecido sin dejar huella visible, lo que demostrarí­a cuán contraproducente puede ser una conducta de ese tipo.

El propósito de toda especie es perpetuarse, y por ello no puede permitir la permanencia de impulsos o instintos destructivos que puedan repercutir de manera nociva en la conservación de la misma. Aún cuando la muerte se presenta como algo inevitable, la tendencia natural de todo ser vivo es mantenerse y buscar lo mejor para sustentar ese existir. ¿Constituye el toro de lidia una excepción a esta regla? ¿Es acaso un ser autodestructivo que por su afición a la lucha no le importa morir, poniendo en riesgo a su propia especie? ¿O será más bien, que los infames tauricidas han violentado su tendencia natural, justificándose con el tramposo argumento de que le es propio “pelear hasta morir”?


2. DE LA SUPUESTA LUCHA EQUILIBRADA

Los tauricidas dicen que la corrida es un combate, una pelea equilibrada “como las que se dan en la vida misma”. Pero la naturaleza nos enseña que los verdaderos combates sólo se dan entre individuos de la misma especie.

Los enfrentamientos que se dan entre seres de especies distintas, son de otra í­ndole, de diferente motivación, y se les llama también de distinta manera. Son más bien ataques, actos de agresión, de rapiña, o de depredación. Lo que motiva estos actos no es la intención de demostrar superioridad, sino una necesidad de sustento o de defender una posesión. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando un león ataca a una cebra, o cuando un ave defiende su nido de un agresor potencial. Incluso entre los depredadores, hay una tendencia de acometer con ventaja evitando las posibilidades de un combate real. Un tigre no se lanzarí­a sobre un elefante a menos que esté enfermo o herido. Una leona no atacarí­a a un antí­lope que pudiera estar cerca de una manada, Incluso, algunas especies han desarrollado técnicas, como el lobo, que hace correr a su presa para abalanzarse sobre ella sólo cuando ya está fatigada.

No se trata, pues, de ninguna confrontación de destrezas o de habilidades análogas, sino de un claro y desarrollado comportamiento de ataque. El agresor es alevoso, lo que busca no es el sometimiento de la ví­ctima sino su destrucción. En el caso de los enfrentamientos que no tienen como fin la depreda, las especies luchan para defender un área de influencia o una posesión. La intención tampoco es medir fuerzas sino expulsar al animal extraño del grupo o del lugar se defiende.

¿Cómo puede la corrida pretender ser un combate, si enfrenta a dos especies distintas en circunstancias no naturales? ¿Qué puede estimular a un toro para que desee luchar contra un hombre?... No puede decirse que una apetencia alimentaria porque el toro es una animal herbí­voro. Tampoco la defensa de una posesión porque la plaza taurina no es su dehesa sino un territorio que le es ajeno y desconocido. ¿Acaso no es una perfidia y una vulgar agresión el obligar a pelear a un animal cuando no tiene una motivación natural para hacerlo?


3. DE LA VERDADERA NATURALEZA DE UN COMBATE

En el mundo silvestre, los únicos combates propiamente dichos se dan entre individuos de la misma especie, que confrontan fuerzas y destrezas homólogas para dirimir rivalidades jerárquicas o territoriales. En estos encuentros, los animales luchan entre sí­ para establecer grados de jerarquí­a y competir por la posesión de recursos (pareja, comida, alimento). Ningún animal pelea por el simple “gusto de pelear”, ni tampoco “se matan” en estos enfrentamientos. Existen unas pautas de comportamiento llamadas “conductas de sumisión” o “de apaciguamiento”, que al parecer los tauricidas desconocen o dolosamente tratan de ignorar.

Si el propósito de la vida es persistir y perpetuarse a través de la especie, los seres vivos no pueden darse el lujo de andar aniquilándose entre sí­ por un imaginario y estúpido gusto de “pelear hasta morir”. La naturaleza puede ser violenta pero no suicida. A este respecto, Konrad Lorenz, zoólogo y Premio Nóbel de Fisiologí­a y Medicina en 1973, escribió lo siguiente: “No existe ni un solo ser viviente capaz de defenderse que no disponga de sistemas de inhibiciones, esquemas innatos y desencadenantes que impidan la acción de matar a un congénere; si no fuese así­, estarí­a expuesta a un serio peligro la conservación de la especie.”

Quien haya visto una pelea entre machos dominantes de un grupo social de animales (perros, gatos, gallos), sabe que la disputa termina cuando uno de los combatientes “se rinde”, es decir, cuando reconoce la superioridad de su adversario y adopta una de las llamadas conductas de sumisión, que pueden ser por ejemplo: retraerse, agachar las orejas o emprender la huí­da. El vencedor “interpretará” este comportamiento como señal de triunfo y dará por concluida la pelea, pues su intención no es conseguir la destrucción del rival, sino su sometimiento. a partir de entonces se jactará de su dominancia sobre el vencido.

Es cierto que en ocasiones la pelea puede terminar mal, quedando el adversario muerto o mal herido, pero eso no es atribuible a la naturaleza propia del combate sino a algún imponderable, o a que los frenos conductuales pueden fallar, como fallan en nosotros (incluso con mayor frecuencia de lo que se podrí­a esperan en una especie “pensante”). ¿Le servirá de algo al toro “rendirse” o adoptar una conducta de sumisión ante el torero? ¿No acaso los toros que son tildados de 'mansos' porque rehuyen el combate son doblemente castigados y lastimados para obligarlos a pelear? ¿Tiene algo de heroico cometer un vulgar acto de depreda disfrazado artificiosamente de “combate”?


4. DE LAS CONCLUSIONES FINALES

Los modernos estudios de zoologí­a y etologí­a, desprovistos ya de los tradicionales prejuicios antropocéntricos, han dejado atrás la antigua concepción del mundo silvestre como un lugar caótico y salvaje, con animales peleándose y matándose entre sí­, sin mayor voluntad que la de seguir sus instintos brutos y rudimentarios. Hoy sabemos que esto no es así­; que en la naturaleza existe orden y equilibrio; y que los animales tienen formas de agruparse y de interrelacionarse mucho más complejas de lo que antes se creí­a. No todo es una lucha obcecada guiada por unos instintos ciegos de pelea que resultarí­an dañosos e improductivos sino tuvieran un mejor fin. Los actos realmente cruentos y agresivos que caracterizan por lo general a los carní­voros depredadores, no pueden generalizarse a todo el mundo silvestre. La llamada “ley de la jungla” ha tenido que redefinirse.

De hecho, hoy sabemos que muchos animales tienen rituales de advertencia y amenaza que esgrimen como primer freno antes de enfrascarse en una verdadera batalla. La evolución ha facilitado el desarrollo de estas conductas que resultan beneficiosas para la supervivencia de las especies. Sobre este asunto, el conocido zoólogo y etólogo Desmond Morris escribió: “En todas las formas superiores de vida animal, ha existido una pronunciada tendencia en esta dirección: la del combate convertido en rito. La amenaza y la contraamenaza han sustituido en gran parte a la verdadera lucha fí­sica. Desde luego hay luchas sangrientas de vez en cuando, pero sólo como ultimo recurso, cuando la disputa no ha podido solventarse con señales y contraseñales.”


RESUMIENDO:

Los animales sólo pelean por objetivos bien definidos y cuando las señales de advertencia y amenaza han fracasado. Las únicas luchas verdaderamente equilibradas se dan entre seres de la misma especie. Entre especies distintas la intención no es medir fuerzas, sino acometer, realizar un calculado acto de agresión o de depreda. Ningún animal pelea por el simple “gusto de pelear”, ni tampoco hay algún instinto que impulse a “pelear hasta morir”. En cambio, si existen mecanismos de inhibición bien definidos que buscan resolver los combates minimizando los daños.

Podemos entonces decir, en base a lo expuesto, que la corrida es una práctica bruta y antinatural, que transgrede el orden de la naturaleza y violenta las pautas de comportamiento que tienen los animales. Es además, aberrante, porque deforma la realidad al pretender que un ser vivo por su propia 'naturaleza de pelear' disfruta y propicia su propia destrucción. De ninguna manera se puede seguir aceptando un embuste tan contumaz: los toros de lidia no nacen para morir en un circo, sino que ese es el cruel y arbitrario destino a que los ha sometido el hombre.

El toro no es un carní­voro depredador, sino un herbí­voro social; su naturaleza no es atacar sino defenderse cuando es agredido. Es probable que ni siquiera exista la supuesta 'raza de lidia'. Los instintos agresivos (o “de bravura”, como le llaman en su particular jerga) potencializados en un animal no apto para la caza, pueden ser contraproducentes para la estabilidad de su propia especie. La selección natural no favorece a las especies con tendencias destructivas.

Finalmente, no podemos soslayar la evidencia, de que todo ser vivo tiene una tendencia natural a aferrarse a la vida, y por ende, ningún animal puede disfrutar con propiciar su propio aniquilamiento. Pretender lo contrario, representa un insulto para cualquier persona que estime en algo su propia inteligencia. Todos sabemos, pues lo experimentamos dentro de nosotros mismos, que nuestros actos conscientes brotan de nuestros deseos y de nuestros temores. La intuición nos dice que esto también es cierto en lo que se refiere a nuestros semejantes y a los animales superiores.

"Todos intentamos huir del dolor y de la muerte, en tanto que buscamos lo que nos es agradable.", Albert Einstein